Nunca
he faltado a un evento electoral o plebiscitario. He sido influenciada por historias
antiguas como la compra de votos, el cariz ritual del colegio cerrado y
una absoluta confianza en la pulcritud de los procesos. Pero todo mi ser se
resiste a participar en el “Plebiscito para la descolonización inmediata de
Puerto Rico”.
Originalmente
había pensado involucrarme en el proceso, aun sabiendo que estaba diseñado para
favorecer la estadidad. Quería atestiguar para la historia mi creencia en las otras formas no
territoriales de resolver el problema del estatus colonial.
Mas
he reconsiderado mi propósito tras los eventos relacionados a la manifestación pacífica
del primero de mayo en contra de los ajustes presupuestarios extremos exigidos
por la Junta de Control Fiscal. Esta culminó en actos vandálicos sobre cuya
responsabilidad existen diversas versiones. ¿El detonante de mi sentir? La curiosamente temprana imagen televisiva del
gobernador, principal promotor anexionista, cimentando en palabras y gestos un esquema dirigido a criminalizar
el acto, amedrentar, y disuadir futuras manifestaciones. Así también la pronta
e inusual demanda del Banco Popular contra los manifestantes. Esta incluía personas, yo misma, identificadas
como “Manifestantes desconocidos 1-50,000”. Su objetivo parecía ser combatir la
participación pública.
Los
cuestionamientos a la conducta de la policía particularmente su “dejar hacer” a
los vándalos, algunos portando capuchas, y ver por las redes sociales las
imágenes de encapuchados en franca camaradería con los uniformados abonaron mi
noción. En días subsiguientes se criminalizó
el encapuchamiento, promovió la anexión usando visuales de individuos en
capucha realizando actos violentos y enmendó el código civil limitando el
derecho de protestar.
Me
sentía ante un gobierno capaz de desdeñar los valores encarnados en el derecho
de expresión de los ciudadanos para adelantar su idea sobre el mecanismo idóneo
para descolonizar el país. No podría en
forma alguna validar con mi participación su gestión. Por ello decidí BOICOTear el
plebiscito. Promoveré en su lugar formas dialógicas y consensuadas de dilucidar
el problema de estatus. La salvaguarda
de los derechos humanos y civiles tendrán prioridad en este esfuerzo.
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