8 de julio de 2013
MATRIMONIO
Por Denise Pérez Rodríguez, Bibliotecaria Retirada UPR
Se debaten
los derechos de las personas orientadas sexualmente hacia otras de su mismo sexo. Unos proponen igualarlas
ante la ley y, entre otras oportunidades, permitir a quienes desean mantenerse unidas disfrutar los beneficios de las parejas heterosexuales casadas civilmente. Otros
se oponen. Consideran esta orientación anormal, aberrante, escogida, y violatoria
a mandatos bíblicos. Estas propuestas, aducen, amenazan la institución
matrimonial, por tradición de hombre y mujer, la familia y la estabilidad
social.
Simultáneamente irrumpe información
desconcertante sobre el matrimonio: reducción significativa en casamientos; alza
notable en hijos procreados fuera de esta estructura, parejas de hecho y divorcios. Aunque en buena
medida impactado por consideraciones económicas, este organismo parecería peligrar
por sus propios fueros. Reconocido todavía como principal
gestor de la familia e instrumento de desarrollo humano y social, convendría
abordarlo desde adentro.
Comenzaríamos estipulando que,
como sistema, el matrimonio solo cumple su propósito si asegura el desarrollo
pleno de sus componentes. Demasiadas parejas bien intencionadas reflejan lo
contrario. Estas viven desencantadas e insatisfechas por las rutinas vanas, búsquedas
insensatas de crecimiento económico y las "pequeñas violencias” que cuece
a menudo el corazón. ¿Cómo promover entonces este estado como compromiso de vida?
Quizás podríamos plantear la
institución desde otros contornos. Para comenzar, propulsaríamos que los casados fuesen
personas que valoran su independencia como base de
una relación interdependiente saludable. Por ello perseguirían un estilo
de vida donde los anhelos y talentos individuales tuviesen espacio abundante. En este
primaría el diálogo, la alegría, el aprendizaje,
la cercanía a la naturaleza, el cultivo del cuerpo y la armonía del entorno. Estos,
aún sin reconocerlo, obrarían como si existiera un poder superior compasivo,
liberal, práctico y de una lógica pasmosa evidenciada por una raza humana y un
mundo natural repletos de diversidad. Se proyectarían generosamente hacia los
demás. Su vida económica reflejaría estos
valores.
Lo antes descrito podría ser un modelo
apropiado para el matrimonio tradicional o la institución bajo nuevas
configuraciones. Lo esencial es que quienes lo asuman, independientemente de su
orientación afectiva y sexual, anhelen vivir como una “comunidad de vida y
amor”, apoyarse, protegerse, alcanzar su potencial y contribuir al bienestar de
la Sociedad.
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